La belleza de Conchita se manifiesta en dos expresiones distintas, pero ambas igualmente cautivadoras. Carole Bouquet aporta una belleza etérea, fría y distante, casi clásica, que representa la inaccesibilidad y el ideal platónico que Mathieu persigue. Por otro lado, Ángela Molina encarna una belleza más terrenal, apasionada y temperamental, con una chispa en los ojos que sugiere una profundidad emocional y una imprevisibilidad. Esta dualidad de la belleza no solo confunde a Mathieu, sino que también subraya cómo la percepción de la belleza puede ser subjetiva y, a menudo, una proyección del deseo del observador.
El encanto de Conchita reside precisamente en su ambigüedad y su evasión. Constantemente frustra las expectativas de Mathieu, alternando entre la disponibilidad y la frialdad, la ternura y la crueldad. Este comportamiento errático es parte fundamental de su atractivo. No es un encanto convencional basado en la complacencia, sino uno que reside en su capacidad para mantener a Mathieu en un estado perpetuo de anhelo y desconcierto. Su sexualidad es el objeto central de la obsesión de Mathieu, pero nunca se entrega por completo. Conchita utiliza su sexualidad como una herramienta de poder y control, ofreciéndola y retirándola, manipulando el deseo de Mathieu sin consumarlo de forma definitiva. Es una sexualidad que se vive en la promesa y la negación, en la tensión constante de lo inalcanzable. Este juego de la sexualidad no es de placer o sumisión, sino de un poder ejercido a través de la contención, dejando a Mathieu en una búsqueda interminable.